Según Moreno Borrel: «Constituye uno de los enclaves con mayor identidad y belleza en el marco de la Serranía de Ronda, y en general de Andalucía. La depresión del río Genal, tributario del Guadiaro, se encuentra flanqueada por una tupida cubierta vegetal que contiene, además, especies caducifolias, donde se insertan una serie de pequeños núcleos urbanos muy bien adaptados al entorno».
La litología va desde los materiales metamórficos de tipo micaesquisto y gneis, a los carbonatados de la Dorsal Bética con dolomías calizas y margocalizas. En la parte de Sierra Bermeja comprendida dentro de la comarcal los materiales son ultrabásicos de tipo peridotitas.
En lo que se refiere a la vegetación, nos encontramos con el pino negral cuyas mejores representaciones se encuentran en Genalguacil, en la vertiente Norte de Sierra Bermeja, con bosquetes espesos. No obstante, los incendios forestales han hecho que en la actualidad su área de distribución sea muy reducida. El pino de Monterrey ha sido empleado, como especie de repoblación forestal. La encina y el quejigo andaluz están ampliamente representados en el valle. El alcornoque es frecuente en las laderas orientadas al Este, presentando abundante matorral de jaras y brezos.
El castaño es una de las especies más características del Valle del Genal, proporcionándole, sobre todo en otoño, un colorido que otorga espectacularidad y belleza al paisaje. Especialmente interesante es la vegetación de ribera, ya que por este valle penetran hacia el Norte numerosas especies características de la vegetación relíctica de carácter subtropical.
Entre la fauna más característica del valle se puede destacar: el corzo, el tejón, la nutria, el meloncillo, el gato montés, el águila real, el buitre leonado, el búho real, el pito negro, el mirlo acuático y la trucha en el medio acuático.
Historia
Las diferentes catas arqueológicas corroboran la presencia humana ininterrumpida en el Valle del Genal, desde la Edad del Cobre hasta nuestros días. La muestra más genuina de las distintas secuencias históricas dejadas por el hombre en este primer periodo la encontramos en los megalitos o monumentos funerarios, conocidos de todos como dólmenes; uno de los mejor conservados podemos visitarlo en las cercanías del puerto de Encinas Borrachas, en la carretera A-369, a pocos kilómetros de Atajate en dirección a Ronda. Otros enterramientos megalíticos catalogados, aunque difíciles de localizar, son el de Montero y la Mimbre, no muy lejanos de Encinas Borrachas. Las primeras sociedades humanas organizadas que se asentaron en el valle corresponden a la Edad del Hierro. De este periodo queda constancia arqueológica perteneciente a comunidades fenicias y tartesias; para algunos historiadores a esta época histórica se retrotraen la explotación de minas de oro y hierro en Sierra Bermeja. La posterior ocupación romana no debió de tener gran incidencia en las costumbres y modo de vida de los habitantes del Valle del Genal; lo quebrado del terreno y las tierras poco aptas para el cultivo fueron sin duda factores decisivos para un cierto aislamiento del valle con respecto a otras zonas más romanizadas de la Serranía como el Valle del Guadiaro y la Meseta de Ronda.
De época romana es el municipio de Lacipo, situado al sur del valle, en tierras de Casares. Fue una estratégica ciudad cercana al Estrecho de Gibraltar y punto de partida para acceder a las tierras del interior a través de los caminos que subían por los valles del Genal y Guadiaro. Probablemente fuese primero asentamiento tartesio e incluso celta. Llegó a emitir moneda propia, lo que evidencia la importancia que alcanzó. Por Lacipo pasaba la vía XIII que, partiendo desde Carteia, la antigua Gibraltar, llegaba hasta Arunda, la actual ciudad de Ronda. El antiguo trazado de esta calzada coincide en muchos tramos con la carretera A-369; aún queda algún empedrado y otros restos testimoniales que dan fe de esta importante vía de comunicación. Tras el periodo romano, no se tienen muchas noticias sobre el devenir histórico del Valle del Genal. Los visigodos asimilaron en gran medida el modelo organizativo de Roma. Como testimonio arqueológico podemos citar el hallazgo de algunos brácaris (losas de enterramientos), en el municipio de Pujerra. Por tradición oral se ha transmitido una leyenda en Pujerra que asegura que Wamba, uno de los reyes visigodos, fue elegido como tal precisamente cuando se hallaba labrando la tierra en las cercanías de la hoy desaparecida población de Cenay. Se aproxima el gran momento de la invasión islámica desde tierras de África. A partir de esta nueva fase histórica se comienzan a formar los núcleos de población actuales y a perfilar algunos de los rasgos culturales que han pervivido hasta nuestros tiempos en el valle.
En el siglo VIII penetran por las costas gaditanas los primeros contingentes de beréberes que no encuentran gran resistencia en la población autóctona, por lo que el Valle del Genal fue uno de los primeros enclaves ocupado por los invasores. No debió de ser muy traumática para los cristianos del valle la sumisión ante los nuevos gobernantes; de hecho, se sabe que las familias visigodas más ricas e influyentes conservaron su estatus y tradiciones. Durante los siguientes años algunos cristianos se van convirtiendo al Islam; son los llamados muladíes, mientras que quienes siguen profesando el catolicismo son denominados mozárabes. Lo cierto es que las hostilidades entre bandos, invasores e invadidos, no tardan en llegar. Fruto del descontento de la población autóctona ante los abusos de poder, surgen las primeras revueltas contra el califato de Córdoba. Aparece entonces uno de los personajes más importantes de la historia de la Serranía: Omar Ben Hafsún, de estirpe cristiana y muladí, que fue el principal hostigador contra el poder omeya. Para ello, creó el estado-ciudad de Bobastro, población situada en las Mesas de Villaverde, cerca de Álora, aunque algunos autores defienden la hipótesis de que Bobastro se corresponde con la ciudad de Ronda.
Omar organizó un ejército formado por mozárabes y muladíes, y sostuvo una encarnizada guerra durante 50 años contra los omeyas. Durante mucho tiempo dominó un importante territorio que se extendía desde la Serranía hasta las tierras altas de Almería e incluso llegó a asediar la califal ciudad de Córdoba.
Tendrá que ser con la llegada del gran emir cordobés Abderramán III cuando la resistencia mozárabe sucumba ante el poder omeya. Omar murió en el año 917, y sus hijos continuaron las luchas hasta rendir la ciudad de Bobastro en 928.
A partir de este momento, el califato de Córdoba vive sus mejores momentos, siendo uno de los reinos más esplendorosos e influyentes del mundo antiguo. El Valle del Genal sufre una importante despoblación tras la huida de los mozárabes a los reinos cristianos del norte de España.
Nuevas tribus provenientes de África, como los almorávides y almohades van repoblando el territorio del Valle del Genal. Los conflictos entre beréberes y los nuevos pobladores serán constantes. Asimismo el califato entra en un periodo de crispación que finalizará con la división del mismo en varios reinos de taifas. Uno de ellos se corresponde con la comarca natural de la Serranía: el reino de Taifa de Ronda, creado por el rey Abu Nur en 1015. En el año 1059 Mutamid, rey de Sevilla, se anexiona el reino de Ronda, siendo esta época de gran florecimiento cultural para la Serranía.
El declive del poder musulmán sobreviene tras la derrota de los almohades en 1212, en la batalla de las Navas de Tolosa. Posteriormente se conforma el reino nazarí de Granada, último reducto islámico de la Península Ibérica, al que pertenecerá el Valle del Genal y la Serranía, hasta la conquista de Ronda por los Reyes Católicos en 1485. Durante el periodo nazarí, toda la comarca va a sufrir el asedio de las huestes cristianas. En el año 1309, reinando Sancho IV, se intentó conquistar la población de Gaucín, llave por el sur del Valle del Genal. No pudo ser tomada por las armas y el hecho más destacable en esta lid fue la muerte, en el campo de batalla, de Guzmán el Bueno, el defensor de Tarifa, quien sacrificó a su hijo por no entregar la plaza a los benimerines africanos. En mayo de 1485 Ronda sucumbe al asedio de los castellanos y toda la Serranía, incluido el Valle del Genal, entrega las armas. Los habitantes del valle, ahora mudéjares, permanecen en sus pueblos y tierras. Como era de esperar, las rencillas entre partes no tardan en llegar, incluso se producen pequeñas rebeliones por parte de los mudéjares que son sofocadas radicalmente por los cristianos.
La división del territorio en pequeñas jurisdicciones dirigidas por nobles castellanos, fue la opción elegida para intentar solventar los conflictos e impartir justicia entre los habitantes. De esta manera, se constituyen el señorío de Casares, administrado por el duque de Arcos, en el cual se integran las poblaciones de Genalguacil, Jubrique y Casares. El señorío de Benadalid, jurisdicción del duque de Feria, aparece constituido por las poblaciones de Benalauría y Benadalid. Y el señorío de Gaucín, al que pertenecen los pueblos de Benarrabá, Algatocín y Gaucín, queda bajo la jurisdicción del duque de Medina Sidonia. Por último, el señorío de Ronda, al que pertenecerán las poblaciones de Atajate, Alpandeire, Faraján, Júzcar, Cartajima, Pujerra, Parauta e Igualeja, en un principio fue regentado por el príncipe Don Juan, que muere joven, sucediéndole su esposa Margarita de Austria. Todas estas poblaciones pasaron a la jurisdicción de la Corona en el año 1499.
Igual que ocurriera siglos atrás entre musulmanes y mozárabes, son entonces los mudéjares quienes sufren el despotismo y el incumplimiento de las capitulaciones por parte de los castellanos. Todo este cúmulo de desavenencias tendrá como consecuencia inmediata las revueltas de los mudéjares, que son obligados a convertirse al cristianismo. La mayoría de ellos lo hacen por temor a la Inquisición y a los castigos, aunque continúan profesando la fe islámica ocultamente. Los mudéjares convertidos al catolicismo son los llamados moriscos. En el año 1501 se inicia la primera sublevación, cuyo escenario principal fue Sierra Bermeja. Entre las batallas libradas destaca la del día 16 de marzo, en la que murieron miles de castellanos, entre ellos algunos nobles como don Alonso de Aguilar, hermano del célebre Gran Capitán. Tras la pacificación, se les obliga a la conversión o el destierro. Durante los años siguientes las posturas irreconciliables entre partes y las constantes escaramuzas darán pie en 1568 a una segunda revuelta, cuyos focos principales fueron la Alpujarra, la Axarquía y la Serranía. Para atajar la rebelión morisca, el rey Felipe II encomienda las operaciones militares a Don Luis Ponce de León, duque de Arcos. A tal fin, reúne un gran ejército formado por miles de infantes y tropas de caballería, mientras que los moriscos, inferiores en número y armas, adoptan la táctica de la guerrilla, que tan buen resultado dio al ya citado Omar Ben Hafsún en la guerra de los 50 años. Tras dos años de sangrientas batallas, cesan las hostilidades y se decreta el destierro de los moriscos sublevados a tierras de Castilla.
Algunas poblaciones moriscas son abandonadas tras la revuelta de 1501, otras dejaron definitivamente de existir tras la expulsión de los sublevados, decretada en 1570 por el rey Felipe II; aunque tampoco faltaron razones de índole social o económica, ya que a menor población, mayor carga del impuesto del censo. Los moradores irán incorporándose escalonadamente a las poblaciones cercanas de mayor entidad. Fruto de las anexiones de estos despoblados a los municipios existentes, es la peculiar configuración de los actuales términos municipales, que en ningún caso responden a criterios geográficos. Aún son visibles numerosos vestigios de estos despoblados repartidos por tierras del Genal.
Las casas, similares a los ranchos actuales, son de piedra, ladrillos y adobe (barro y paja). Sobre la casa está el pajar o cámara con entrada desde el exterior y un pequeño corral adosado. Presentan techumbre de cañas y escobones, o tejado árabe en el caso de las construcciones más sólidas. El interior de la vivienda no es muy grande, lo normal es que conste de una habitación, a lo sumo dos.
Definitivamente, en 1610 se decretó la expulsión de los moriscos, aunque un importante número de ellos sobrevivieron en la sierra formando partidas armadas, hecho que algunos historiadores han querido interpretar como los “albores del bandolerismo andaluz”. A estos grupos rebeldes se les conocían como monfíes y estuvieron hostigando hasta los primeros años del siglo XVII. Paradójicamente, existe cierta similitud histórica entre estos monfíes y los maquis de la posguerra civil española. Los monfíes fueron la última expresión musulmana de Andalucía.
El siglo XVII pasa desapercibido en el Valle del Genal; es momento para que los repobladores venidos de Galicia, Extremadura, Castilla y otros puntos peninsulares tomen posesión de sus nuevas tierras. Entramos en una etapa de tranquilidad y de cierta prosperidad.
En 1726, reinando en España Felipe V, se instala en tierras de Júzcar, a orillas del río Genal, la Real Fábrica de “Hoja de Lata” de San Miguel, industria siderúrgica instalada en lo más umbroso y recóndito del Valle del Genal. La necesidad de madera para alimentar sus altos hornos ocasionó una importante alteración paisajística en las tierras del Havaral, talándose cientos de hectáreas de bosque. Además fueron explotadas algunas minas de hierro, imprescindibles para la elaboración de la hojalata. La dificultad para el transporte y la competencia de los industriales vascos dio al traste con esta fábrica pionera en la Península Ibérica, que permaneció activa durante 50 años.
A principios del siglo XIX, concretamente en 1809, el Valle del Genal vuelve a entrar por la puerta grande en los anales de la Historia, cuando los franceses invaden España.
Ronda fue tomada en 1810 y en ella se hospedó José Bonaparte, quien emprendería el camino con la intención de llegar a Gibraltar. Fue entonces cuando los guerrilleros serranos interceptaron a las tropas francesas en tierras de Alpandeire, muy cerca de Atajate, infligiéndoles una sonada derrota y numerosas bajas, por lo que no tuvieron más remedio que retroceder hasta Ronda. En otro intento de abrirse camino hacia Gibraltar, fueron asaltados en las cercanías de Gaucín y, de nuevo repudiados, regresaron a Ronda. En esta ocasión en su desesperada huida hacia la ciudad del Tajo asolaron las poblaciones de Benadalid y Atajate. El eventual ejército serrano logró expulsar a las tropas francesas de Ronda, aunque poco tiempo después fue tomada de nuevo. A pesar de los muchos destrozos y desmanes cometidos por los galos, la resistencia en forma de guerrillas acosó implacablemente a los franceses, con frecuentes escaramuzas y encuentros bélicos en los pueblos del Valle del Genal, que nunca fueron dominados por el ejército de Napoleón, como sucedió con Casares, que jamás fue tomada. Muchos pueblos del Genal obtuvieron su independencia administrativa de Ronda como pago al heroico comportamiento de sus pobladores en la guerra de la Independencia.
Fruto de la influencia francesa y de las ideas ilustradas importadas de la vieja Europa, se acomete una reorganización administrativa del territorio. En el año 1820 se aprueba la creación de los partidos judiciales, quedando incluidos los pueblos del Valle del Genal en los de Gaucín, Estepona y Ronda. La configuración definitiva del estado español se llevó a cabo en 1833, con la instauración de la provincia; parte de la Serranía y el Valle del Genal quedaron desde entonces bajo la jurisdicción de Málaga. De esta manera, la comarca natural de la Serranía permanece dividida entre las provincias de Málaga y Cádiz. Hubo intentos en los años 1843, 1854 y 1868 de crear una nueva provincia, con la capitalidad de Ronda y que se ajustara al territorio natural de la Serranía; en todas las ocasiones existió unanimidad de los municipios integrantes en la demandada nueva entidad administrativa. En esos años se va forjando la imagen estereotipada por la que es conocida la Serranía y el Valle del Genal, tierra de bandoleros y contrabandistas. Los primeros son marginados y desahuciados de una sociedad integrada por algunos ricos y muchos pobres, injusta y casi feudal, no hallándose otro camino que el del pillaje y la extorsión como modo de vida. Por otra parte, los contrabandistas aprovechan el comercio ilegal que supone la traída de mercaderías de la colonia inglesa de Gibraltar. Serán los viajeros románticos quienes dibujen y plasmen en sus cuadernos la idiosincrasia de las gentes del Genal.
Finaliza el siglo XIX con la terrible epidemia de la filoxera, que destruyó casi la totalidad de las viñas del Valle del Genal, y constituyó un auténtico varapalo a las economías locales que vieron mermada su población debido a la emigración, muy especialmente con destino a Argentina.
En 1864 nace en Alpandeire, en el seno de una humilde familia de labriegos, Francisco Tomás, que años más tarde sería conocido como fray Leopoldo de Alpandeire. Desde pequeño acude al colegio y, al igual que todos los jóvenes de esa época, ayuda a la economía familiar realizando labores en el campo. En mayo de 1895 se celebra en Ronda un solemne triduo en honor del beato fray Diego José de Cádiz, en el que predican dos religiosos pertenecientes a la Orden de los Capuchinos; Francisco Tomás está presente en dicho acto y es cuando decide ingresar en la citada orden religiosa. En 1904 se instala en el convento de Capuchinos de la ciudad de Granada y durante muchos años realiza el oficio de limosnero. Su bondad y cariño hacia los más necesitados le hacen muy popular entre las gentes de Granada, adquiriendo un halo de santidad que se intensifica a su muerte en 1956, a la edad de noventa y dos años.
Fray “Nipordo”, como le llamaban cariñosamente, goza en nuestros días de mucha devoción, sobre todo en Andalucía y cada 9 de febrero, día en que falleció, son miles las personas que visitan su sepulcro en el convento de los Capuchinos en Granada.
En el primer cuarto del siglo XX el Valle del Genal recuperó parte de su población. Comenzaron a construirse las primeras carreteras y parecía atisbarse cierto progreso. En esos años sobresale otro personaje fundamental en la historia de Andalucía; nos referimos a Blas Infante, padre de la patria andaluza. Nació en Casares, pueblo de indudable relación geográfica, social y afectiva con el Valle del Genal, en 1885. Fue notario de profesión y durante toda su vida estuvo especialmente preocupado con el atraso económico y social de Andalucía. No cesó en su empeño de búsqueda de soluciones a la situación de pobreza, analfabetismo e incultura que reinaba en la Andalucía de esa época. Fue autor de varios libros sobre temas andaluces, entre los que destaca El Ideal Andaluz, donde propone una serie de reformas agrarias y sociales para situar a Andalucía a la altura de las comunidades más desarrolladas. En la primera Asamblea Regionalista de Andalucía, celebrada en 1918 en Ronda, Infante y otros participantes aprueban el escudo, himno y bandera de Andalucía. Durante los años siguientes luchó denodadamente por un estatuto de autonomía para Andalucía y por dignificar lo andaluz. Muy caro fue el precio a pagar, ya que Blas Infante fue asesinado el 10 de agosto de 1936 en el km 4 de la carretera de Carmona. La irrupción de la Guerra Civil traerá un largo régimen dictatorial y un retroceso en el campo de las libertades. Las montañas de la Serranía conocen a unos nuevos moradores, los maquis, grupos de resistencia antifascista, que operarán hasta mediados del siglo XX.
Los años cuarenta son duros para las gentes del Genal; el hambre, unida a la precariedad laboral y a la ausencia de infraestructuras básicas, hacen del vivir diario una epopeya, por lo que se produce un nuevo y crítico despoblamiento del valle en favor de los nuevos centros industriales de Madrid, Cataluña y Vascongadas. A finales de los años sesenta, el boom turístico en la Costa del Sol y la gran demanda de mano de obra para la construcción y el sector servicios, dan otro zarpazo a la mermada población, que en pocos años había perdido la mitad de su censo. El Valle del Genal llega a nuestros días con unos índices demográficos algo más estables, aunque sensiblemente a la baja, debido al envejecimiento de la población. El paisaje, el turismo rural y el aprovechamiento de sus innegables y magníficos recursos naturales deben ser los pilares en los que se fundamente el desarrollo económico de la zona. Además, las instituciones públicas que tradicionalmente han arrinconado en el olvido a estas poblaciones, deben aportar todo su entusiasmo y trabajo para que el Valle del Genal ocupe en el siglo XXI el lugar que merece por cultura, tradición e historia.
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